Dramática descripción de un corresponsal español sobre el sitio donde surgió el brote de la peligrosa neumonía china
En la madrugada del jueves 22 de enero, mientras dormía la mayoría de los 11 millones de habitantes de la ciudad china de Wuhan, las autoridades decidieron, en insólita medida, poner en cuarentena a esa metrópoli, relata Pablo M. Díez, corresponsal del diario español ABC.

A las diez de la mañana (8 de la noche del miércoles, en México), todos los transportes públicos fueron suspendidos y Wuhan quedó convertida en una ratonera, relata Díez en despacho suscrito desde Shanghai.
Quedó paralizado el servicio de autobuses, del metro, de los trenes y de los barcos que navegan por los dos ríos que bañan Wuhan –el Yangtsé y el Han–, así como tres estaciones de tren, por las que pasan un millón de viajeros diarios.

También fue cerrado el aeropuerto internacional, que recibe entre 600 y 800 vuelos cada jornada y tiene conexiones con Nueva York, San Francisco, Londres, París, Roma, Moscú y Tokio, explica el periodista Díez.
En la medianoche del viernes al sábado se celebra la entrada del año de la rata y, con bastante mala suerte, los habitantes de Wuhan han quedado atrapados como si estuvieran en una ratonera, escribe el corresponsal de ABC.
Antes de la entrada en vigor de la cuarentena, los que habían madrugado y visto el anuncio corrían a los aeropuertos y estaciones ferroviarias en busca de boletos de última hora.

Miles de conductores, con la familia a bordo del vehículo, se apresuraron a salir de la ciudad, pero en las autopistas había controles médicos para medir la temperatura a todos los que intentaban marcharse.
Si presentaban fiebre o algún otro síntoma de la nueva neumonía, como tos o respiración fatigada, las autoridades les impedían el paso y los ponían en cuarentena, explica Díez.
En el interior de Wuhan, tal y como muestran las imágenes que circulan en redes sociales, muchos comercios y restaurantes están cerrados y está cundiendo el miedo al desabastecimiento.
En los supermercados y tiendas aún abiertos se están agotando las existencias por el temor a un aislamiento prolongado –expone Díez–, ya que la incertidumbre es total y no se sabe cuánto durará la cuarentena.
Los precios también se han disparado para los cubre-bocas, de uso obligatorio.
Y como pasa siempre en estos casos, se ha desatado la psicosis pues se teme que el número de infectados sea mucho mayor, hasta 6,000, según algunas informaciones.
Los hospitales están desbordados y en los pasillos se agolpan los pacientes, que han acudido en masa al sentirse mal, continúa Díez en su crónica.

Como si fueran escenas de una película apocalíptica, en Twitter circulan vídeos de tiendas de campaña montadas en los patios de los hospitales para aislar a los enfermos y de enfermeros pertrechados con trajes especiales recogiendo del suelo a pacientes desplomados por ataques de tos.
En vísperas de la Fiesta de la Primavera, como también se conoce al Año Nuevo chino, al régimen de Pekín le ha estallado no sólo un serio problema médico como esta nueva neumonía para la que todavía no hay vacuna, sino una grave crisis social por el cierre de toda una ciudad.
Díez concluye la crónica de esta forma:
Mientras unos aplauden la medida para contener la epidemia y que no se propague gracias a los 3,000 millones de desplazamientos previstos para estos días, otros alertan del riesgo de confinar en el mismo lugar a los enfermos y los sanos, que acabarán contagiándose sin remedio. En el año de la rata, Wuhan se ha convertido en una ratonera.
HECHO DIGITAL – CDMX – 24-I-2020