Tuvieron que pasar entre ocho y trece horas luego de que el poderoso huracán Otis arrasara costas de Guerrero, particularmente Acapulco, para que se conociera, el miércoles 25 de octubre, la verdadera magnitud del desastre.
Seguramente se tenía, desde el amanecer, reportes totales o parciales de varias de las tragedias, pero se las fue reservando el Gobierno hasta que la presión de los medios informativos obligó a hacer las primeras revelaciones.
Por ejemplo, la matazón en una clínica del Seguro Social debió de haber ocurrido durante las cinco horas en que Otis martirizó a los acapulqueños, entre las 00:30 y las 5:30 horas, pero sólo empezó a filtrarse la información correspondiente cerca de las seis de la tarde, o sea, unas doce horas después de que cesara el golpeteo del huracán.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador, experto en el juego de las medias verdades y las medias mentiras, dijo que Otis había golpeado muy fuerte a Guerrero, pero que no había comunicaciones con la entidad.
Desde luego, la obvia falta de planeación de las instancias gubernamentales se benefició de una serie de desastres complementarios, como el hecho de que los furibundos vientos de Otis, de hasta 330 kilómetros por hora, silenciaran unas 23 emisoras de radio y televisión del puerto acapulqueño cuyas torres de transmisión fueron derribadas.
Sin medios informativos tradicionales, fue posible esconder por varias horas más a la población el tamaño del desastre.
Más de uno de los afectados se preguntó si esa era una forma de servir al pueblo.